
Acabo de darme cuenta de que no para de llover. Y eso que llevo unas horas en el sofá, frente a la ventana, contemplando el paso absurdo del tiempo de un miércoles gris guerra. Acabo de darme cuenta, también, de que esta sensación me gusta. Refugio de mares que caen del cielo, un sofá recalentado por el uso y una mantita entrañable me escudan de salir a descolgar la sabana que ondea en la cuerda de la terraza.
Ahora parece que para. Pero de momento el cielo sigue gris, empeñado en joderle a uno la existencia. Como los pensamientos meramente irracionales, los diablos y los guardianes. Son pocas veces las que lo pienso, pero son. Y es que a veces me pregunto si no habrá otra persona en todo el mundo a la que alguien o algo acabe de torturar de una vez por todas.
Truenos, se nota que voy enfadándome conmigo mismo y sintiéndome todavía más solo. El ruido de la tele apenas me hace compañía; ni siquiera la voz dócil de Vega recordándome lo que está pasando ahí fuera.
A lo mejor mañana el cielo es de colores.