miércoles, 30 de septiembre de 2009

Mareas en el cielo



















Acabo de darme cuenta de que no para de llover. Y eso que llevo unas horas en el sofá, frente a la ventana, contemplando el paso absurdo del tiempo de un miércoles gris guerra. Acabo de darme cuenta, también, de que esta sensación me gusta. Refugio de mares que caen del cielo, un sofá recalentado por el uso y una mantita entrañable me escudan de salir a descolgar la sabana que ondea en la cuerda de la terraza.

Ahora parece que para. Pero de momento el cielo sigue gris, empeñado en joderle a uno la existencia. Como los pensamientos meramente irracionales, los diablos y los guardianes. Son pocas veces las que lo pienso, pero son. Y es que a veces me pregunto si no habrá otra persona en todo el mundo a la que alguien o algo acabe de torturar de una vez por todas.

Truenos, se nota que voy enfadándome conmigo mismo y sintiéndome todavía más solo. El ruido de la tele apenas me hace compañía; ni siquiera la voz dócil de Vega recordándome lo que está pasando ahí fuera.

A lo mejor mañana el cielo es de colores.

martes, 29 de septiembre de 2009

Mejor en jarra helada



















Otra de las cosas que siempre me ha llamado la atención ha sido el observar minuciosamente en qué bares sirven la cerveza en una jarra previamente congelada.

No me gusta la cerveza. He probado a hacer millones de intentos en los que he dicho irremediablemente que ésta sería mi oportunidad, mi vez: el momento en el que mi fortuna fuera relegada a un barril enorme y probablemente sin fondo; pero no lo he conseguido. Ése sabor es superior a mí. Al beberla, noto como una mezcla de orín y malsabor que, aliñada con espuma de sabe Dios de dónde ha salido y cómo ha sido creada, me empalaga la boca más que un bocadillo de extensiones viejas de pelo grasiento y encrespado.

Y qué, que no soporte la cerveza.

Un día me di cuenta de que la cerveza, igual que la Coca-Cola, la Fanta o el insipidísimo Seven Up, saben mejor en jarra helada. Pónganle o no hielo. Picado, trozeado o en cubitos de saco vasto. O piensen en una simple sombrillita de estas de papel –color fucsia o amarillo canario- adornando el glaciar que les deporte a las playas de la Cuba profunda, lejos de toda preocupación oficial y difícilmente evitable. El frío que le añadas a la copa no es frío de verdad. Lo importante es que la jarra esté recién sacada del congelador. Y qué más si te la traen a primera línea de playa.

Seguro que en Cuba el cielo es de colores.